jueves, 21 de junio de 2012

Ermitas del Serrablo, ermitas con carisma

No entraremos en el debate de si son mozárabes o románicas, pero lo que sí nos queda muy claro es que se trata de un grupo de ermitas sencillas pero con una fuerte personalidad: sus ábsides semicirculares rematados por un friso de baquetones, sus arquerías ciegas de 5 ó 7 arcos que parten de un zócalo formando lesenas, sus puertas y ventanas con arcos de herradura enmarcados en alfices, y en algunos casos, rematadas por esbeltas torres. En definitiva, ermitas con carisma.
La primera parada la hacemos en Ordovés, en la Guarguera, donde un bucólico prado rodea la sencilla ermita de San Martín. Sólo el friso de baquetones que corona el ábside responde a las peculiaridades de las ermitas del Serrablo. No hay sonidos humanos ni de motores, sólo escuchamos el canto de los pájaros y los ladridos de los perros que nos dan la bienvenida.
Tejados de loseta y chimenea troncocónica en uno de los escasos edificios de Ordovés


En Satué, los siete arcos ciegos del ábside de San Andrés simbolizan el concepto de perfección.

San Andrés de Satué, vigilada por la Peña Oroel
En este pequeño núcleo, en el que se entremezclan viviendas tradicionales con las de reciente construcción, nos llama la atención una borda reconvertida en vivienda, conservando todo su sabor tradicional.
Borda en 2003
La misma borda, reconvertida en vivienda, en 2012

Terrenos de margas, al fondo pico Arriel
San Pedro de Lárrede es un todo un emblema para la comarca del Serrablo. Una gran torre con triples ventanas ajimezadas remata un conjunto magnífico. La puerta de acceso está enmarcada en un alfiz y el arco es de herradura, y entre las ventanas destaca una con parteluz. Las viviendas de alrededor se integran a la perfección con la iglesia, la sensación que desprende todo es de una gran armonía. Un simpático cicloturista austriaco admira el conjunto mientras trata de refrescarse a la sombra, el calor comienza a apretar.





El armonioso conjunto de Lárrede

San Juan de Busa es una pequeña ermita sencilla y solitaria en medio del campo, a medio camino entre Lárrede y Oliván. Podemos acceder a su interior, sentimos recogimiento y frescor, escasamente iluminados por las aberturas a este (ábside que sigue los cánones del románico serrablés) y oeste, orientación en la que se sitúa la ventana ajimezada que es emblema de la asociación Amigos del Serrablo.



















La ermita de San Martín se sitúa en el centro del pueblo de Oliván, que gana cierta altura sobre la Tierra de Biescas y permite divisar buenas vistas de la vega del Gállego y, más al norte, de las cumbres del Valle de Tena. Como es habitual en buena parte de estas ermitas, el ábside es rodeado por las tumbas del cementerio de la localidad. Podemos en este caso acceder también a su interior, meditamos un deseo y encendemos una vela.
San Martín de Oliván

El calor aprieta, todos a la sombra

Nuestra pretensión es subir hasta Susín, pero la barrera que hay en la pista que conduce a él desde Oliván está cerrada, hecho poco habitual por lo que nos dicen. Después de un refrigerio, caminamos hasta Susín a través de una senda bajo un bonito bosque. La llegada es reconfortante, el panorama se abre, vemos el valle a nuestros pies y corre una brisa que nos da la vida después de lo que hemos sudado, han sido 150 metros de desnivel ascendidos. Rodeadas de prados y muretes de piedras, contemplamos dos espléndidas casas con un enorme valor etnográfico: casa Mallau y casa Ramón. Retrocedemos unos pasos por las afueras del pueblo para contemplar un conjunto fantástico: las dos casas y la iglesia rodeadas de verde por todos los lados. Hablamos con la única habitante de Susín, que nos comenta que estuvo deshabitado entre 1966 y 1996, y nos dice que le reconforta comprobar que todavía queda gente dispuesta a subir de propio para admirar las chimeneas, los tejados, las bordas y para imbuirse de la conmovedora lluvia amarilla, novela de Julio Llamazares, ambientada en el cercano pueblo de Ainielle.

Oliván en primer plano, Escuer al fondo

Merece la pena subir hasta Susín

De vuelta al valle, nos acercamos hasta Santa Eulalia de Orós Bajo. Los arquillos ciegos se repiten en el ábside, pero se aprecia que se trata de un románico un poco más tardío con respecto a los ejemplos vistos hasta ahora. Nos fijamos en los nombres que aparecen en las tumbas anexas, los apellidos se corresponden con pueblos de la zona (Aso, el mismo Orós) o del cercano Sobrarbe (Lardiés, Bergua).
Santa Eulalia de Orós Bajo
Recorremos la solitaria carretera que une estas apacibles pedanías hasta llegar a Biescas, donde tenemos un momento nostalgia visitando el parque de Arratiecho, reconvertido en parque de aventura.
No visitamos San Bartolomé de Gavín, pues estuvimos hace pocos años y se nos hace tarde.
San Bartolomé de Gavín, en versión otoñal (2008)

Pero volviendo a Zaragoza, un repentino impulso nos lleva a Lasieso, donde San Pedro nos muestra un ábside libre de arquillos y lesenas, aunque con friso de baquetones recorriendo un absidiolo y la torre, otro caso de románico más tardío. Un amable lugareño nos invita a ver su interior y, ante nuestra curiosidad por la llamativa inclinación de la torre nos dice simpático: "900 años tiene y aún no se ha caido".

Retornamos satisfechos por lo visto durante el día y por haber conseguido desconectar por unas horas de las noticias económicas, que nos restan alegría. Concluimos que el disfrute está en ver, en aprender, en hablar con la gente que encontramos a nuestro paso y, sobre todo, en la sencillez de las pequeñas cosas.

FECHA DE LA ACTIVIDAD: 16 de junio de 2012